jueves, 28 de noviembre de 2013

Heminway escirbió: "Escribo de madrugada porque no hay nadie que te disraiga. Hace frío y mientras trabajas te vas calentando. Y sí se han hecho encuestas y los psicólogod concluyen que los escritores mañaneros son más felices. De WolfangAmadeus Mozart al genial arquitecto Frank Llloyd se ratifica que hay más mañaneros en la escritura de lo que sea: planos, música, literatura... Diría que el Señor Jesús instituyó la levantada tempranaporque él mismo sde levantó de la tumba, según los Evangelios, muy temprano... De suerte que para cualesquier trabajo comencemos por ver la aurora y ya luego podemos poner manos a la obra....Sí que tengamos feliz miércoles!!! Rise and shine!...

miércoles, 20 de noviembre de 2013

GUILLERMO PRIETO EN SU VIAJE POR ORDEN SUPREMA

Re: UN SERVIDOR, EL DR MANUEL AUGUSTO WALTER LIVINGSTON DENEGRE VAUGHT ALCOCER NECESITA ENTRAR EN CONTACTO CON DON FERNANDO VALDÉS CON EL PROPÓSITO DE FIJAR UNA FECHA LO ANTES POSIBLE PARA:1._ TENGA LA BONDAD DE VER LOS TEXTOS IMPRESOS DE GUILLERMO PRIETO

   En un día como hoy, 10 de febrero, pero de 1818, en la ciudad de México, nace el ilustre poeta, hijo de José María Prieto Gamboa y Josefa Pradillo y Estañol, periodista, dramaturgo e historiador, político y maestro de maestros, de raigambre popular  mexicana, José  Guillermo Antonio Agustín Prieto Pradillo, a quien se atribuye la frase: "¡Alto, los valientes no asesinan!", pronunciada en defensa del presidente Benito Juárez anteponiéndose entre el patricio y los fusiles, en el momento en que lo estaban fusilando en Guadalajara.  Muere el 2 de marzo. 1897, a  los 79 años de edad de prolífica vida.
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GUILLERMO PRIETO}
INTRODUCCIÓN
Apologética, laudatoria, encomiástica y  honrosa
Voy a hablarles de un periodista honrado que lo fue todo: poeta, orador, maestro universitario, político, ministro de hacienda, parlamentario pero, sobre todo, ¡héroe!, un gran patriota.
Voy a reproducir la grandilocuente forma en que lo describían sus contemporáneos, con el peculiar lenguaje adornado de una retórica churrigueresca, propio de aquella época, a finales del Siglo XIX, así:
Guillermo Prieto domina la tribuna y es un grande orador popular. Su voz es sonora, conmovedora y simpática; arde en su alma el entusiasmo; su estilo es rico, florido, pintoresco y revela el instinto del ritmo armonioso; en su prosa se descubre la esencia de la poesía, a la que sólo falta su forma esencial, el verso; usa de esas espléndidas metáforas que son para el orador lo que es para el pintor el colorido y derrama a torrentes, en un lenguaje elegante y figurado, pensamientos elevados y siempre felices comparaciones; cautiva y a veces subyuga; un tropel de ideas asalta su imaginación ardiente y exuberante, las inicia, las mezcla en un vertiginoso poliorama[1] y deja adivinar más de lo que dice; es todo inspiración, efusión y espontaneidad, y por esto es un improvisador brillante, arrebatador, eminente: no ha consultado tal vez el Diálogo del Orador Romano ni el tratado de Quintiliano[2]; desdeña los preceptos de la retórica clásica pero obtiene resultado de la elocuencia -- atrae y convence-- "pectus est quod disertos facit"; no obedece siempre a las leyes inflexibles de la lógica, pero tiene arranques de inspiración, de exaltación, de energía viril y de patriotismo que recuerdan a Demóstenes[3] armando a los atenienses contra Filipo, a Cicerón anonadando a Verrés[4], a Pedro el Ermitaño[5] y a San Cristianos[6] a la defensa de los santos lugares; a Mirabeau[7] salvando a Francia de una ignominiosa bancarrota.
Sí, así--o en forma parecida--  lo ponía un escritor contemporáneo de Guillermo Prieto.
Escuchen ahora al poeta, y veremos en términos extraños la concepción que tenían de Fidel como autor de versos:
"Estarán pendientes de sus labios de oro; la poesía es en él instintiva; en la oda se encumbra hasta las alturas excelsas del heroísmo y de la sublimidad; en el romance es tierno, soñador, apasionado; lagrimoso y sentimental en la elegía; ligero y risueño en el alegro ditirambo[8]; es a un tiempo nuestro Píndaro, nuestro Cátulo[9] y nuestro Anacreonte[10], es el poeta del corazón como Metastasio[11], es dulce como Millevoye, extravagante como Ercilla[12], jocoso como Meléndez Valdés[13], e improvisa como Silvio Antoniano[14]; es, en fin, el primero de nuestros poetas líricos."






De esa peculiar y admirativa manera se expresaba allá por mayo de 1873 el conocido escritor Alfredo Bablot[15], en un "retrato parlamentario" que insertara en un periódico de la época. Y de la época es ese estilo conceptuoso y lleno de citas y de nombres con que se halla trazada la figura inolvidable del "Romancero", cuyos "San Lunes" se publicaron por primera vez en forma de libro debido a la iniciativa del laborioso historiador Nicolás Rangel[16], en 1923.
Cuando en marzo de 1897, se enlutaron las letras patrias al extinguirse para siempre la meritísima existencia de "Fidel", la voz de un reputado pendolista dijo lo siguiente:
"Acaba de apartarse de nuestro lado una de las figuras más genuinamente nacionales, una personalidad distinguida que viene a compendiar el carácter, el espíritu, el modo de ser de toda una época. Con Guillermo Prieto desaparece, en efecto, un pedazo de vida nacional, esa vida que, con sus vicios y sus virtudes, sus tristezas y sus glorias, sus entusiasmos y sus depresiones, ha animado y resumido la típica leyenda patria.
¿Quién no conoce en la república la historia de esta existencia? ¿Quién ignora los títulos que amparaban a Guillermo Prieto para ocupar un lugar predilecto en el corazón de los mexicanos? Rodeaba al ilustre anciano una como aureola formada por la gratitud y el cariño popular: Iba él de este modo protegido, a semejanza del héroe de Horacio, por una triple coraza de afectos, que la muerte ha, por fin, hecho pedazos".
A Guillermo Prieto, también se le llamó el "Tirteo de la Reforma y de la Intervención". Luego les digo lo que querían decir con eso de "Tirteo".[17]

Guillermo Prieto, datos biográficos esenciales:
Nació en la ciudad de México el 10 de febrero de 1818, hijo de José María Prieto Gamboa y Josefa Pradillo y Estañol.   Su niñez transcurre por el rumbo del Molino del Rey junto al histórico Castillo de Chapultepec.
Contaba al morir 79 años, cargados de laureles. Sus restos descansan  en la Rotonda de las Personas Ilustres.
No hay sino hojear su libro "Memorias de mis Tiempos" para darse cuenta exacta de lo que fue la vida de este excelso hombre público que, formado por su propio esfuerzo, llegó desde la desmembrada mesa de escribientillo de la aduana, hasta los escaños de los ministerios y tuvo la honra de defender la libertad de su patria, no sólo con la pluma, sino con la voz más inspirada que ha resonado en nuestra historia en los momentos en que parecía naufragar el espíritu público ahogado por la traición y por la perfidia.
Guillermo Prieto era, según sus contemporáneos, una historia viviente. Como reunía a un gran talento un enorme gracejo y una frescura espiritual que nunca lo abandonaron, daba placer escuchar de sus labios las mil y una aventuras en que se había visto envuelto y la gente se relamía de gusto, oyendo cómo refería sus dimes y diretes con los habitantes de los barrios, sus conflictos durante las incontables revoluciones de que había sido testigo, o se conmovía cuando relataba los instantes tremendos de la peregrinación con Juárez por el desierto, en el grupo de "inmaculados" a que él pertenecía.
Bello tituló este último y muy justo epíteto, “inmaculado”, en su descripción de Guillermo Prieto, puesto que habiendo sido ministro de hacienda cuando se desamortizaron los bienes del clero, y tocándole a él, según la ley, el cinco por ciento de la operación, tuvo el orgullo de renunciar a ese beneficio "sacrificándolo todo, según él mismo lo refería, a un reputación sin mancha."

GUILLERMO PRIETO, PRÓCER DE LA REFORMA, SEGÚN MUÑOZ Y PÉREZ, QUIEN DEDICÓ SU VIDA A ENALTECER A LOS HOMBRES QUE FORJARON LA NACIÓN.
En la opinión de Daniel Muñoz y Pérez, todos los trabajos que puedan realizarse para dar a conocer la vida de los hombres que participaron en las gestas libertarias y, principalmente, en sus revoluciones: la de independencia que llama insurgencia política, de 1810 a 1821; la revolución de la Reforma, de 1858 a 1860 y la revolución mexicana que titula “económica” de 1910 a 1917,  son esfuerzos escasos y muy pocos si se considera la magnitud de las hazañas y la trascendencia de las ideas que se requirieron para hacer al país autónomo.
Guillermo Chavoya Contreras que la obra de Muñoz es la más destacada, sobretodo la intitulada Próceres de la Reforma.
Allí hace la síntesis biográfica de los liberales que realizaron la Reforma, acaudillados por el presidente Benito Juárez. Aporta datos de nacimiento, del lugar, edad, estudios, profesión y actos importantes para evaluar a ese contingente. Esos conocimientos, fotografías y documentos los tomó Muñoz de los ejemplares que se encuentran en el Recinto de Homenaje a Benito Juárez, en el Palacio Nacional, en el lugar que fue la residencia de Juárez hasta su muerte en 1872 y que fue ordenada por el propio Muñoz. Así que su obra es testimonio de un altar de la patria en donde se define a la libertad así: “Sin la libertad todos los demás valores son inútiles”, frase inmortal de Juárez.
Dicípulo del campechano epónimo Francisco Sosa, Muñoz nos narra la vida de 183 próceres que él define así: entiendo por próceres lo hombre más prominentes, cuya inspiración suprema es “ser más para los demás que para sí mismo”.
El editor de esta obra, el Lic. Jorge Denegre Vaught Peña, escribió en la solapa de otra obra de Don Daniel, El General Don Juan Álvarez, Estudio Biográfico y Selección de Documentos por Daniel Muñoz y Pérez, publicada por esta misma Editorial Academia Literaria, en México, 1959 el siguiente texto:
  Daniel Muñoz y Pérez nació en Torreón, Coahuila, el 24 de julio de 1905, hijo de Rosalío Muñoz Vázquez y de doña Juana Pérez de los Santos. Hizo sus estudi9os en su ciudad natal, en San Pedro de las Colonias y en la capital de la república, donde reside y tiene a su cargo la Dirección del “Recinto de Homenaje a Juárez” en el Palacio Nacional. Gran amante de las glorias patrias, débese al entusiasmo de sus campañas periodísticas el que la antigua calzada de la Piedad y la Avenida Juárez de Coyoacán lleven hoy los nombres de Cuauhtemoc, último emperador de loos aztecas y de Don Francisco Sosa, ilustre biógrafo campechano, respectivamente. En 1950 propuso en El Universal, que se terminase la serie de estatuas laterales del Paseo de la Reforma, creada por la iniciativa del señor Sosa, en 1887, aunque por entonces no se llevó adelante tan noble cuanto interesante proyecto. En 1951, logró también que la avenida Juárez se prolongara sobre la del ejido hasta el Monumento de la Revolución. También cuenta en su haber el señor Muñoz y Pérez, el que por iniciativa suya se trasladaran a México y recibieran SEPULTURA en el histórico Cementerio de San Fernando los restos del insigne héroe civil de la Reforma, Lic. Don Jesús Terán. Actualmente se le considera como un colaborador honorario de la Dirección General de Obras Públicas del Departamento del Distrito Federal, la cual le proporciona planos de colonias nuevas de la ciudad a fin de           que sugiera los nombres de las calles y plazas, nombres que él documenta con sustanciosas biografías. En 1925, realizó una campaña en El Universal, Excelsior  y en El Nacional, en contra del traslado a la Ciudad Universitaria por su lejanía, de la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca y el Archivo General de la Nación, consiguiendo que estos centros de investigación permanezcan en los sitios en que hasta ahora han estado. Desde muy joven escribió el señor Muñoz y Pérez algunos artículos y cuentos en diversos periódicos de la ciudad de México; orientándose más tarde hacia los estudios histórico. Ha publicado notables trabajos sobre don José Mariano Beristain y Souza, el escritor don Anselmo de la Portilla que en breve publicaremos, la presente biografia del General don Juan Álvarez y algunos más.
Activo colaborador del Universal lleva publicadas hasta hoy en este diario 108 biografías de los personajes que integran la sala iconográfica del Museo Benito Juárez. La labor histórica del señor Muñoz y Pérez, recibida con aplauso del público erudito, se caracteriza por su seriedad y por la riqueza de su documentación.
Por otra parte, en el prólogo de la obra, escribe mi padre:
La vida y la obra del héroe insurgente y caudillo principal de la Revolución de Ayutla, general don Juan Álvarez, es el tema del segundo volumen de la Colección Reforma e Imperio, con que Editorial Academia Literaria prosigue su plan orgánico de divulgar las fuentes de la historia nacional.
Álvarez, cuya personalidad recia y acrisolada llenó con su prestigio las regiones abruptas del Sur de nuestra república, tiene en el devenir de los sucesos políticos de las primeras décadas de la vida independi9ente de México la significación de un símbolo y la actitud de un vigía. La significación de un símbolo, porque su fuerza representativa radica en su virtud y en su dignidad porque la patria entera sabe que allá en el Sur hay un hombre capaz de ejercer  el poder sin despotismo,; un hombre cuya influencia decisiva sobre loos pueblos de su región se basa en el respeto a las libertades humanas. La actitud de un vigía porque sabe lo alto de sus montañas inaccesibles, sus manos encallecidas están alertas para empuñar las armas en defensa de los indígenas oprimidos y de las instituciones republicanas.
Tal es el general Juan Álvarez cuyos relevantes méritos, todavía incomprendidos, viene a poner de relieve en el ensayo biográfico que hoy publicamos, el infatigable escritor Daniel Muñoz y Pérez.
Daniel Muñoz y Pérez, con la pasión que le caracteriza y que pone en cuanto escribe, penetra en el alma del patriarca suriano, estudia a fondo su biografía, se enciende con entusiasmo con ella y la defiende con calor. Podría afirmarse  que existe entre el escritor y su personaje una fusión tan absoluta, que nos deja la impresión  de ser el último quien se define. Y es que Muñoz y Pérez ha escrito este ensayo con verdadera bizarría y talento. Tras la afirmación de cada instante esta el documento que lo corrobora. Y esto sin cansancio, con convicción y con soltura. Su libro se lee con interés  siempre en aumento.
Va el presente ensayo  acompañado de una serie de interesantísimos documentos, ya del general  Álvarez o relativos a los acontecimientos en que éste tomó parte. Finalmente, se insertan el MANIFIESTO que el ilustre patricio dirigió  a la nación en 1857 publico EL SIGLO DIEZ Y NUEVE, dedicado a los pueblos cultos  de Europa y América¨ a propósito de los asesinatos cometidos en las haciendas de san Vicente y Chiconcuaque.
Estamos seguros de que nuestro esfuerzo, el de Editorial Academia Literaria será debidamente apreciado por nuestros suscriptores, amigos y público en general, a quien nos complacemos también en anunciar  la inminente aparición de        
VIAJES DE ORDEN SUPREMA por ¨Fidel¨ (Guillermo Prieto).
Nació en México, Distrito Federal, en la casa número 5 de la antigua calle del Portal de Tejada, ahora número 10 de la primera de Mesones, el 10 de febrero de 1818.*[18]
Fueron sus padres don José María Prieto y Gamboa, subteniente de realistas fieles de infantería y doña María Josefa Pradillo y Estañol. En esa época vivían sus padres en el Molino del Rey, lugar cercano a Chapultepec, pero al sentirse enferma la señora se vino a la casa mencionada de la Ciudad de México, en la que nació el niño, regresando después de esto a su casa del Molino del Rey. (Información de El Universal del 5 de marzo del 1897, con motivo del fallecimiento del distinguido liberal.) Allí pasó Guillermo sus primeros años.
Hizo sus estudios primarios en la famosa escuela de un maestro llamado Manuel Calderón y Samohano, que se encontraba ubicada en la casa número 14 de la calle segunda del Puente de la Aduana Vieja, ahora sexta de 5 de febrero. Era este establecimiento educativo uno de los mejores de la ciudad de México, de los que tenían por clientela a familias “decentes”, por lo que sus alumnos eran “niños finos”, según dice con satisfacción don Guillermo Prieto en sus amenas Memorias de mis tiempos. “Mi hermano, mis primos y competente número de criados –refiere- partíamos mañana a mañana a caballo del Molino a México a la escuela.”













Pronto acabó esa vida de la que él se expresa como opulenta. Debido a que el presidente de la República, general don Guadalupe Victoria, estaba por terminar su periodo de gobierno, se celebraron elecciones en 1828.
Los candidatos fueron el ilustre ex insurgente general don Vicente Guerrero y el exrealista iturbidista general don Manuel Gómez Pedraza. El primero contaba con el pueblo, pero el segundo, que era ministro de Guerra al tiempo de la elección tenía de su parte al gobierno, por lo que resultó vencedor de la contienda. Tal “triunfo” no fue aceptado por muchos partidarios del candidato del pueblo, dando por resultado una rebelión que ganó la partida. Una de las consecuencias de esta rebelión fue el célebre saqueo del Parián, que tuvo lugar en 4 de diciembre de 1828. Este Parián era un mercado de ropa y otros efectos que estuvo enclavado en la esquina suroeste de la Plaza de la Constitución desde 1703 hasta 1843 en que fue demolido.
Acerca de esta lamentable depredación el historiador Lucas Alamán, enemigo de la independencia de México, lanzó a don Lorenzo Zavala, jefe de esa revolución en la ciudad de México, y al general José María Lobato el deleznable cargo de que “para atraer a su partido a la gente del pueblo de la capital… le ofrecieron el saqueo del Parián, donde como se ha dicho, estaban las tiendas o cajones de los comerciantes españoles”. [19] Bien es sabido es que al consumarse la independencia del país, españoles e hispanistas quedaron en la mejor disposición política y económica gracias a la “independencia” de Agustín de Iturbide, a pesar de lo cual trabajaban exhaustivamente para lograr que México volviera a quedar bajo el odiado yugo español, y que el Parián era un centro de incansables actividades en tal sentido, por lo que el pueblo sentía por ese mercado una tremenda repugnancia. Y como la lucha electoral de aquel entonces de efectuó entre el pueblo, que era mexicanista, y la clase privilegiada, que era hispanista, la que fue favorecida por el gobierno, fácil es explicarse que la ira incontenible del populacho lo haya llevado a cometer el desmán de que se trata. Al contrario de lo que asegura Alamán, Zavala y Lobato trataron de imponer el orden, cosa que no les fue posible hacer.
Como el padre de don Guillermo Prieto, quien había sido realista, poseía un cajón de ropa en el Parián, fue una de las víctimas del saqueo. Este despojo, que estuvo muy lejos de ser total, no le vino solo a la familia Prieto, pues tres años después, en 1831, falleció el señor, y se apoderaron de los “cuantiosos bienes” de su casa personas extrañas, dice Prieto en sus Memorias, por  lo que la señora perdió la razón. La enferma fue recogida por unos tíos maternos y el niño Guillermo por unas humildes costureras que habían sido hijas de algún viejo dependiente del fallecido señor Prieto.
Hundido en sus tristes pensamientos, con el alma destrozada más seguramente por la locura de su madre que por la muerte de su padre, el jovencito Guillermo Prieto vagaba solitario a veces por barrios apartados. En algunas ocasiones lo alborotaba algún fandango, pero, luego, arrepentido, se metía en alguna iglesia “a soñar con la llama de los cirios, el humo del incienso y el cántico poético del saltapared.”[20] Aspiraba a otra posición, a otra instrucción, a algo que realizara sus quimeras de hombre, pero volvía en sí “acompañado de la miseria y la orfandad.”
No dejaba de visitar a su pobre madre, quien a veces no lo conocía, y le llevaba dulces cuando le era posible hacerlo. En busca de superación se inscribió en esos días como cápense de francés en el colegio de Minería, buscó y encontró un puesto de meritorio en una comisaría general y luego otro de la misma categoría en un cajón de ropa.
Leyendo calendarios en la casa de sus protectores, que era lo único que había que leer allí, encontró sonetos compuestos a la Virgen de Guadalupe, que por tanto leerlos los aprendió de memoria. Y al recitarlos cuando olvidaba algo de ellos él llenaba el hueco por su cuenta, descubriendo en esta forma que tenía facilidad para hacer versos, lo que para él resulto maravilloso. Y desde luego se dedicó a hacer sonetos con gran empeño. “¡¡Ea!!... ya tenían fórmula mis vagas tristezas- dice en sus Memorias-,mis reminiscencias dolorosas; nacía al verso para cánticos, para plegarias, para tristísimas confidencias con Dios.” Hizo amistad con un barbero en esos días, al que convenció de que era poeta, por lo que el pasmado fígaro lo llamó Homero, Sartorio, Negrito Poeta y Pensador Mexicano.
Para librarse de la miseria y labrarse un porvenir brillante, se decidió a lanzarse en busca de un protector paternal en las altas esferas de la política, y pensó nada menos que en el presidente de la República, general Antonio López de Santa Anna, valiéndose para ello de su habilidad de versificador y de una audacia sin escrúpulos de la que se sentía poseedor. Orientado por su amigo el barbero, a quien dejó perplejo, se atrevió una noche a ir a enfrentarse con don Andrés Quintana Roo, ministro de Justicia a la sazón, y esgrimiendo la audacia que en realidad tenia, halló en él al padre que buscaba. Lo invitó a cenar y llamándolo hijo le dio una carta de recomendación para el administrador de la Aduana y otra para el rector del Colegio de San Juan de Letrán, con las que obtuvo un puesto como meritorio con dieciséis pesos mensuales en la Aduana y su ingreso al mencionado colegio. En este plantel se inscribió, “cuitado”, en la cátedra de gramática y además en las cátedras de matemáticas e inglés en el colegio de Minería.
“Por supuesto que mi abolengo, mi amparo y mi centro, era la casa del señor Quintana, que frecuentaba día a día. El señor Quintana me señalaba desde mis lecciones de gramática, porque yo apenas y malamente conocía a Herranz y Quiroz”, dice en sus Memorias. En el estudio del señor Quintana Roo, Prieto conoció al licenciado don Juan Rodríguez Puebla, rector del famoso Colegio de San Gregorio, al poeta cubano José María Heredia y a don Lorenzo de Zavala. En otro ambiente se hizo amigo de los jóvenes Manuel Payno, Casimiro Collado y José Zozaya, de gran porvenir. En el colegio se hizo amigo de José María Lacunza a quien admiraba mucho y de otros estudiantes distinguidos. Admiraba a Lacunza por lo sabio, a pesar de que él “estrujaba” su Iriarte “sin aprender palabras”, pero eso sí, concurría de vez en cuando, según dice, a Santa Anita, en donde había “bailes hirvientes, amores rabiosos, manjares incendiarios y riñas tremebundas” que eran toques eléctricos que vigorizaban su organismo, según lo confiesa entusiasmado. Esto es, seguían “flotando” entre sus “instintos callejeros”, su amor a la poesía, su afición a la “gente de trueno” y sus relaciones con sus maestros y personas distinguidas.
En esa época, 1834, conoció a la niña de doce años María de los Ángeles Caso, hija de un rico hacendado, la que habría de ser su primera esposa, a la que amó tanto que, dice ella en sus Memorias, que empezó a escribir el 2 de agosto de 1886: “todo lo que sentía en mi alma de luminoso, de tierno, de perfumado y santo, encontró forma en la fisonomía de aquella niña… sobre cuyo nombre caen ahora después de cincuenta años mis lágrimas, mis bendiciones y mis besos”.
Habiendo logrado Guillermo Prieto hacerse amigo del distinguido estudiante José María Lacunza, concurría a su cuartito del Colegio de San Juan de Letrán, que parecía una celda, a reunirse con él, con su hermano Juan Nepomuceno y con su discusión. El cerebro y guía de tal cuaternidad era el “sabio” José María Lacunza, pues según confiesa don Guillermo Prieto, en la mayor parte de los casos él dirigía a los otros tres en la confección de sus trabajos. Después de reunirse constantemente extravagante idea de dar a su grupito el pomposo título de “academia” con el nombre de su colegio, y una tarde de junio de 1836 realizaron su estrambótico propósito. Y tuvo una buena suerte colosal esta fantástica “academia”, pues pronto se afiliaron a ella notables valores intelectuales que sí dieron a la naciente institución cultural la alta categoría de academia. Y don Guillermo Prieto, en consecuencia de este fenómeno, tuvo el ni siquiera soñado honor de ser uno de los fundadores de esta histórica institución.
Aguijoneado por su continua y desesperante pobreza, pues no podía salir de ella por sus propios méritos a pesar de que transcurría ya el año de 1840, decidió hacerlo “a tuertas o derechas”. Y la suerte le fue propicia porque, como dice el adagio vulgar, “el mundo es de los audaces”. El 28 de agosto fue el día de entrega de premios del colegio, acto que tuvo lugar en el salón general de la Universidad con asistencia del presidente de la República. Entre  los jóvenes designados para oradores se encontraba in tímido, “enemigo de darse a luz”, a quien fácilmente convenció Prieto de que le cediera el lugar.
Se lavó y se empomadó para brillar en la tribuna. Sentíase feliz. Había deseado ardientemente una oportunidad para hablar ante los grandes para soltar “una arenga de diez mil demonios” contra alguien de importancia para ver qué resultaba, o lo perseguían por ello, y esto le quitaría “acreedores, compromisos y empeños” que le ahogaban, o encontraba la protección de alguno. Y tenía ya la oportunidad, y ante un “alguien” que era nada menos que el presidente de la República, general Anastasio Bustamante, el derrocador y asesino del presidente general don Vicente Guerrero. Helos aquí en la tribuna: “Desde el principio –dice- me disparé como un energúmeno y embestí contra tirios y troyanos atropellando en mi furia armas y letras, Gobierno, Administración y Clero y cuanto a mis mentes se vino con un gesticular, un manoteo y un ir y venir en la cátedra como un endemoniado”. Le tocaron al orden y al bajar de la cátedra se le acercó al jefe de la policía y le ordenó que el día siguiente al anochecer se presentara al Presidente en su habitación del convento de San Agustín. ¡Aquello fue el colmo de su felicidad! De la entrevista con el presidente obtuvo Prieto quedar en su secretaría con cien pesos mensuales y al mismo tiempo como redactor del Diario Oficial con ciento cincuenta pesos y una cama en su alcoba como  hijo suyo. Para empezar, lo invito a almorzar. Al fin encontró otro padre, y de insuperable posición política.
Allí, a la vera del “justamente odiado” dictador, Guillermo Prieto empezó a conocer a personales encumbrados y, como periodista, se sentía muy bien recompensado con que el Presidente repitiera cualquiera de sus frases, conque le sonriera algún ministro defendido y con que le diera “medio oro el apóstata vindicado”. Fue tan grande la buena suerte que acompaño a Prieto a lado del Presidente que, según cuenta en sus Memorias, le cumplió satisfactoriamente un insolente capricho. Sintiéndose despreciado por el padre de su pretendida María, quien le llamaba “poetillo y trapiento” y le auguraba que “moriría con un plato en la barriga en un hospital, etcétera, etcétera”, ahora que era “favorito del Presidente” tuvo el antojo de castigarlo; para esto logró que el dictador pusiera a su disposición la estufa presidencial con su personal, para que en ella fuera a pararse frente a su casa y le mandara una misiva amenazadora respecto de sus pretensiones con María. Y así lo hizo. Parada la resplandeciente carroza frente a la casa de su futuro suegro, quien al verlo se quedó “patitieso y con un palmo de nariz”, le envió con un lacayo la siguiente grosera nota: “Sr. Caso: deseo casarme cuanto antes con su hija de Ud. Avíseme si sigue o no su oposición para tomar mis providencias”. Con esta bravata consiguió el alto grado de novio oficial, según él lo cuenta.
Su alta posición de camarada del presidente de la República no lo hizo abandonar sus afectos ni sus hábitos ni sus “excursiones del reino brío”. Concurría con frecuencia al Café de Veroly, que se encontraba en la esquina de las calles de Coliseo y Coliseo Viejo, ahora Bolívar y 16 de Septiembre, en el que hizo nuevas flamantes amistades, ante las cuales lanzaba versos “a ROSO Y VELLOSO en improvisaciones calurosamente aplaudidas que en Dios y en conciencia merecía la mejorcita una pela de azotea”.
Pero el poder de su protector en turno empezaba a tocar su fin. Barruentos de tragedia surgían por todas partes. Y en el mismo gabinete la anarquía se hacía sentir. “Yucatán era una cena de negros –dice Prieto-, Tabasco un campo de Agramonte, en todos los Estados cundía el descontento, y la prensa altercaba, reñía declamando en todos los tonos y sacudiendo con convulsiones peligrosas la combatida administración… y Gondra y yo tirábamos tajos de mandobles acarreándonos dicterios y odios acaso inextinguibles.”
Al fin se rebeló contra el gobierno en Guadalajara, al frente de la guarnición, el general Mariano Paredes y Arrillaga, comandante general de las armas en el estado de Jalisco, exigiendo entre otras cosas que el presidente Bustamante fuera declarado incapaz de gobernar, siendo secundada enseguida esta rebelión por otras: el 28 del propio mes de agosto por el general Antonio López de Santa Anna, gobernador del estado de Veracruz, en la fortaleza de Perote, y luego por el general Gabriel Valencia, con todas las armas, en la ciudad de México. Sintiéndose perdido el asesino del presidente Guerrero y sabiendo que le acusaban de incapacidad para gobernar, como él lo hizo con su víctima el presidente Guerrero, proclamó a última hora la federación “en medio de repiques, cohetes y regocijo del populacho que se entusiasmaba por los recuerdos de la federación”, dice Prieto. Bustamante trató de defenderse al principio, pero considerando después que su caída era irremediable, sólo procuró hacerla menos dolorosa, como dice don Enrique de Olavarría y Ferrari en el cuarto tomo de México a través de los siglos. Aprovechó, por tanto, una invitación oficiosa que se le hizo para entrar en arreglos con sus enemigos. El 29 de septiembre presentó su renuncia a las Cámaras y el 16 de octubre firmó el Convenio de la Presa de la Estanzuela, que estaba cerca de la Villa de Guadalupe Hidalgo, el cual puso fin al conflicto. Quien resultó ganador en este negocio fue Santa Anna, pues fue nombrado presidente de la República.
El derrocado Presidente se marchó al interior y el “huérfano” Prieto quedó “mal feriado y peor parado”, expiando con odios y desprecios su imprevista elevación y restituyéndolo su suerte a su “pobreza incorregible”. Dice que como explico claramente su resolución de dejar el Diario Oficial, manifestando su odio a la dictadura y a los procederes de Santa Anna, no hizo aprecio a un despacho para administrador de rentas de Pachuca, que pudo haber sido un asidero de sus esperanzas. Casado ya con su María, seguramente su suegro le ofreció arrimo, pero él no lo aceptó porque le hacían “irresistible mal afecto los parásitos del amor”. Aunque cuando se encontraba en el pináculo del poder no desconoció a su “gente de cierto pelo” ni a sus valedores, ni olvido sus inclinaciones callejeras, su “caída” lo hizo renovar su apego y cariño a la gente de su “pelaje” y sobre todo a sus bienhechores constantes Quintana Roo y Cardoso. Por este tiempo escribió en periódicos con el seudónimo de “Don Benedetto”, que ya había usado el año anterior.
El 8 de octubre de 1841, año trágico para Prieto, nació el más importante diario mexicano del siglo pasado, El Siglo XIX, editado por el ilustre impresor y periodista don Ignacio Cumplido. Iniciado ya en el periodismo, Guillermo Prieto buscó y encontró refugio en la redacción del nuevo diario. Allí, aunque en calidad de recluta, se vio entre intelectuales muy notable pues, como él dice, don Ignacio Cumplido sabía atraer a su periódico a colaboradores de esa calidad. Don Guillermo Prieto enumera los siguientes nombres: Juan Bautista Morales, José María Castera, Victoriano Roa, Mariano Otero, Manuel Gómez Pedraza, Joaquín Cardoso, Luis de la Rosa, Agustín Franco y Carrasquedo, Manuel Payno, José María Iglesias, Francisco Zarco, José Gómez de la Cortina (Conde de la Cortina y de Castrop), José María Lafragua y MaNUEL Orozco y Berra, a los que Hnery Lepidus, autor de la Historia del Periodismo mexicano, agrega a José T. de Cuéllar, José Sebastián Segura, Luis G. Ortiz, Ángel Pola y Emilio Rey, y Malcom D. McLean, autor del Contenido Literario de El  siglo XIX, Hilarión Frías y Soto, José María Vigil, Joaquín Téllez, Pantaleón Tovar; Rafael de Zayas Enríquez, y Luis G. Urbina.
Estas listas sólo incluyen a los principales. “Sin contarme yo en la crónica—escribe Prieto—porque no lo merezco, pero que trabajé arduamente en El Siglo, y tuve la honra de llamar mis compañeros a hombres tan distinguidos.” Y él también, andando el tiempo, fue de los grandes. De estas personas las primeras que aparecieron en la redacción del diario, fueron Juan Bautista Morales, José María Catera  y Victoriano Roa.
Poco después de esto, sin que supiera quién o quiénes, “si amigos o enemigos”, le habían procurado un empleo en Zacatecas. Guillermo Prieto resultó nombrado visitador de Tabacos allí. Con gran placer, supo que haría el viaje a esa ciudad con sus amigos Manuel Payno, quien iba hacia llá como administrador de tabacos rn Fresnillo. Además, iban a ser también compañeros de viajes dos personas muy distinguidas que residían en esa ciudad, lo que resultaba muy interesante, porque debido a eso Prieto y Payno contarían con conocidos en Zacatecas antes de llegar a esa capital. Para colmo de la buena suerte de Prieto, su amigo el poeta Fernando Calderón le preparó un magnífico alojamiento. Y  ya en aquella ciudad Payno improvisó un banquete que los relacionó con las principales familias. Nop conforme con esto, Prieto buscó acogida entre “la flor y nata de la gente de trueno”, en la que el mezcal y el colonche[21] hacían papeles principales. 
En vista de que sus deberes como visitador “reposábanse”, era forzoso dar señales de vida, por lo que hizo una visita a Fresnillo y otra a Jerez. Había un descontento popular por la conducta tiránica de Santa Anna contra el Congreso Constituyente de 1842 y en un acto llevado a cabo en el Instituto de Zacatecas, en el que daba clases Prieto, “se le descosió el chirumen[22] en contra de la dictadura militar”, por lo que “en menos que canta un gallo” se quedó sin empleo. En seguida regresó a México, en donde Ignacio Cumplido le dio trabajo en el periódico y un cuarto en la azotea. Por un favor “espontáneo y generosísimo” el ministro de Hacienda, Ignacio Trigueros, le dio otro empleo, aunque de inferior categoría que el anterior, en la Renta del Tabaco.
En esta situación se encontraba Guillermo Prieto cuando estalló la revolución que derrocó al dictador, el 6 de diciembre de 1844. Cansado el pueblo de soportar la tiranía del autócrata, secundó la rebelión del general Mariano Paderes y Arrillaga, que estalló en Guadalajara el 2 de noviembre de ese año.
Por supuesto, El Siglo XIX estaba en la oposición  junto con los principales oradores parlamentarios y escritores. Así es que el pueblo y las tropas se rebelaron en  fraternal unión, derribaron  un busto de yeso de Santa Anna que estaba en el Gran Teatro que llevaba su nombre, deshicieron a pedradas otro que estaba en un hotel y sacaron del cementerio de Santa Paula, en donde había sido ridículamente inhumada, la urna que contenía el pie que Santa Anna perdió en el combate que dio en el puerto de Veracruz a los invasores franceses, el 5 de diciembre de 1833. Y ese mismo día, de 1844 asumió la presidencia José Joaquín Herrera por ministerio de ley, en su calidad de presidente del Consejo de Gobierno.
El 2 de enero de 1846 en encaramó en la presidencia el traidor Mariano Paredes y Arrillaga, gracias a la cuartelada que dio en San Luis potosí el 14 de diciembre de 1845 con los seis mil hombres que le habían sido confiados para que fuera a emprender la campaña de Texas. Monarquista convencido, este mílite traidor se propuso constituir a la nación bajo la forma monárquica de gobierno  con un príncipe español en el trono. Para ser vocero del movimiento monárquico fue fundado el órgano El tiempo, que dirigió Lucas Alamán, al que se enfrentaron El Monitor Republicano, Don Simplicio y otros periódicos. El segundo había sido fundado por Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Manuel Payno, Vicente Segura y otros jóvenes. En esa época Prieto usó los seudónimos “Zancadillas” y “Don Simplicio”. Ramírez y Prieto compusieron una letrilla que resultó uan magnifica arma en contra del gobierno, cuyo coro decía:
Con bonete anda el soldado,
Y el clérigo con morrión.
La cruz y la espada unidas
Gobiernan la Nación.
¡Que viva la bella unión!
Como estos versitos tuvieron gran aceptación en el público, Prieto fue llamado a presentarse ante el pretoriano Paredes. Obligado a leer los versos delante de él y de muchos esbirros, lo hizo hasta que llegó un momento en que el usurpador iba a cometer una tropelía; pero él, que ya esperaba aquello, huyó rápidamente y se refugió en las habitaciones del mismo Paredes, en donde su familia lo lleno de atenciones y favores, dice en sus Memorias. Pronto cayó Paredes arrojado del poder por una revolución fraguada por el doctor don Valentín Gómez Farías, que al grito de ¡muera el príncipe extranjero! Estalló en Guadalajara el 20 de mayo de 1846, encabezada por el general José María Yáñez. Le sucedió en la Presidencia el general Antonio López de Santa Anna, quien fue nombrado por un congreso que se reunió el 16 de diciembre del mismo año de 1846, quedando como vicepresidente el doctor Gómez Farías.
Para aquellos días la cuestión de Texas había culminado ya como la iniciación de la guerra despojadora que Estados Unidos impuso a México. Ejércitos yanquis invadían al país por el norte y se disponían a desembarcar en Veracruz y en otros puertos del golfo de México. Urgido por tan tremendas circunstancias, el vicepresidente Gómez Farías, en funciones de Presidente, propuso al Congreso una ley que, aprobada el 11 de enero de 1847, autorizó al gobierno a proporcionarse hasta quince millones de pesos hipotecando o vendiendo bienes del clero para reforzar la defensa de la patria contra la poderosa agresión que estaba sufriendo. Entonces el clero y los tristemente célebres “moderados” empezaron a trabajar para derribar al vicepresidente. “Monjas, frailes, sacristanes, devotos, mayordomos de monjas, cantores y dependientes de catedrales y oficinas –dice don Guillermo Prieto- con rezos y preces, con triduos y lloros, desataron odios y anatemas, rompiéndolos vínculos más sagrados de la familia y presentando la misma traición a la patria como pruebas de amor a Dios y méritos para alcanzar la gloria”. Terrible se desencadenó, pues, la lucha contra el patriota Gómez Farías.
La saña llevó a estos traidores a la patria a hacer que unos batallones de la Guardia Nacional, integrados por gente dizque “decente”, por lo que se les llamaba “polkos” o “soldados de ¡ay mamá!”, se sublevaron en contra del gobierno precisamente cuando los agresores yanquis del Golfo de México estaban por lanzarse sobre Veracruz. El 27 de febrero de 1847 se verificó la rebelión encabezada por el general Matías de la Peña y Barragán, a quien en esa vil andanza sirvió de secretario don Guillermo Prieto. Transformados en soldados de la fe, los polkos, cargados de amuletos, medallas, escapularios y reliquias, eran vistos por las monjitas con arrobamiento cristiano mientras ellos “en honra y gloria de Dios se sonreían con halagos mundanos, y nunca la profanación de una creencia fue más  vituperable que la que improvisaron los intereses del clero”, dice el mismo Prieto, quien arrepentido de aquella actuación suya no se la perdonó jamás, pues comprendió que “la humillación y vergüenza debe cubrir a los que arrojaron ese baldón sobre su historia en los días de más angustia para la patria”. Y agrega: “Otro alegaría su poca edad, su inexperiencia, el influjo poderoso de entidades para mi veneradas…Yo digo que aquella fue una gran falta… que reaparece más horrible a mis ojos, mientras más me fijo en ella… esa vergonzosa revolución fue hija del partido moderado, y… figuraron como directores ocultos Otero (Mariano), Pedraza (Manuel Gómez), Lafragua (José Marpia), el licenciado Covarrubias, el general Rangel, el arzobispo Irizarri y otros personajes menos activos y visibles”. Obsequiando a los invasores yanquis la victoria de la batalla de La Angostura, dada los días 22 y 23 de febrero, que ya tenía casi ganada seguramente no por méritos suyos, el general Santa Anna regresó a México el 20 de marzo y destituyó al vicepresidente Gómez Farías, que era lo que él deseaba, aprovechando la oportunidad que le dio la antipatriótica rebelión de los “polkos”.
Mientras en la cuidada de México se luchaba contra los polkos, los agresores yanquis desembarcaron el 9 de marzo cerca de Veracruz, el 23 completaron el sitio de esa plaza, el 22 iniciaron el bombardeo, el 27 se ajustó una capitulación y el 29 la ocuparon. Para “lavar la deshonra de Veracruz”, dice irónicamente don Alfonso Toro (Compendio de historia de México), fue Santa Anna y se hizo fuerte en la meseta de Cerro Gordo, a seis leguas de Jalapa, al frente de nueve mil hombres con cuarenta piezas de artillería, y fue derrotado allí el 18 de abril por el general Winfield Scott con ocho mil quinientos hombres. El “lavador de honras” Santa Anna llegó a México el 20 de mayo, cuando la avanzada yanqui había llegado ya a Puebla el 15, sin disparar un solo tiro. Habiendo recibido refuerzos, el general Scott marchó sobre México en los primeros días de agosto, al frente de once mil hombres con cuarenta piezas de artillería, y el  día 20 derrotó a los generales Gabriel Valencia, en el ranchito de Padierna, y a Manuel Rincón en Churubusco. En unión de otros redactores de El monitor Republicano, la “guerrilla de pluma”, Guillermo Prieto se había presentado al general Valencia el 9 de agosto, por lo que estuvo en la acción de Padierna al servicio de ese jefe. Antes de terminar el armisticio arreglado después de la batalla de Churubusco, Prieto se presentó a su Cuerpo de Hidalgo, por lo que se halló en la batalla de Molino del Rey, dada el 8 de septiembre, y en la de Chapultepec el 13, según lo da a entender en sus Memorias, y el 14  se marchó a Querétaro con las fuerzas mandadas por el general José Joaquín de Herrera.
Cuando don Guillermo Prieto partió a Querétaro era diputado y mientras estaba allá fue reelegido en una nueva elección de presidente de la Republica y de diputados al Congreso de la Unión. Desempeño en esa capital, además, el puesto de oficial menor de Hacienda, de la secretaria de ese ramo. Y allí, entre tertulias de intelectuales, surgió la idea de formar la obra Apuntes para la historia de la Guerra entre México y Estados Unidos, que se publico en 1848, de la que Prieto fue coautor, reunido el nuevo Congreso en Querétaro, el 13 de mayo de 1848 aprobó la Cámara de Diputados el nefando tratado de paz que impuso Estados Unidos a México, que “en nombre del Dios todopoderoso” le arrebato más de la mitad de su territorio, que había sido firmado en la ciudad de Guadalupe Hidalgo, Distrito Federal, el 2 de febrero de ese funesto año de 1848, y el 24 del propio mes lo hizo el Senado. El diputado Prieto voto en contra de este nefario tratado. Hecho esto, el gobierno salió de Querétaro para México el 7 de junio y llego a Mixcoac el día 8 en la noche. Allí tuvo que esperar a que los invasores yanquis desocuparan la capital de la Republica, lo que se efectuó el día 12. De regreso en la ciudad de México, Prieto siguió sus “plebeyas inclinaciones” que ya conocemos.
Aficionado a la economía política, hacia algunos años que don Guillermo Prieto estudiaba esta ciencia con el maestro y doctor Gálvez, al tiempo que don Manuel Payno Sr. Lo hacía aprender de memoria los textos de algunos autores de esta materia, y su jefe, don José Ignacio Pavón, lo hacía estudiar al autor inglés Adam Smith y a Say. Con esto y con su practica en la Aduana y en la Dirección de Rentas, aspiraba “ingenuamente” a ser ministro de Hacienda. Y tuvo tan buena suerte que el presidente general Mariano Arista lo llamo a ese ministerio, del cual se encargo el 14 de septiembre de 1852 y duro en él hasta que ese Presidente dejo su alto cargo, el 5 de enero de 1853, arrojado del poder por la rebelión sin plan del seudocoronel José María Blancarte, que estallo en Guadalajara el 26 de julio de 1852. A Arista lo sucedió en la Presidencia de la República el licenciado Juan Bautista Ceballos, como presidentes de la Suprema Corte de Justicia, y a este el general Manuel María Lombardini, nada más para esperar a que llegara el general Antonio López de Santa Anna para entregarle el poder, pues esta había sido la funesta consecuencia de la cuartelada de Guadalajara.
Al fin el primero de abril llego el “deseado” a Veracruz y el 20 a México a iniciar la peor de sus dictaduras, que por fortuna fue la última. Don Guillermo Prieto se hallaba “refugiado” en El Monitor Republicano con el licenciado don Ponciano Arriaga, don Sabás Iturbide, don Ramón Isaac Alcaraz, don Francisco Banuet, don Pablo María Torrescano y otros liberales, quienes bajo la egida del heroico dueño de ese periódico; don Vicente García Torres, se dedicaron a disparar sus tiros “con frenesí” a aquella dictadura “brutal y ridícula”. Pronto García Torres fue confinado a Monterrey, Nuevo León, luego lo fueron otros y en seguida Prieto, quien al anochecer del 29 de junio de 1853 fue arrancado de su hogar y confinado a Cadereyta, Querétaro, “beldad rendida al cansancio y a la sed en medio de la aridez y la falta de recursos”. Levantado el castigo a los confiados el 17 de diciembre, Prieto regresó al seno de su hogar. Pero el 18 de mayo de 1854 fue prendido de nuevo en su casa y deportado a Oaxaca, tal vez por haber sido partidario de la Revolución de Ayutla –que habría de arrojar para siempre del poder a Santa Anna-, encendida en el estado de Guerrero el primero de marzo de 1854 por el viejo héroe de la Guerra de Independencia, general don Juan Alvarez.
Triunfante al fin este glorioso movimiento armado, el general don Juan Alvarez fue nombrado presidente interino de la República por una junta de representantes de los estados, el 4 de octubre de 1855 en Cuernavaca. Al formar su gabinete el presidente Álvarez, confió la cartera de Hacienda a don Guillermo Prieto, a pesar de que era enemigo suyo, quedando los demás ministerios a cargo de don Melchor Ocampo el de Relaciones; del licenciado don Benito Juárez el de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública, y del general Ignacio Comonfort el de Guerra. Prieto fue propuesto al presidente Alvarez por don Melchor Ocampo, designado por el caudillo para formar el gabinete. A punto ya el patricio de retirarse del poder por un rasgo de inestimable patriotismo, debido a las negras intrigas de su infiel ministro Comonfort, don Guillermo Prieto renuncio a su ministerio el 7 de diciembre de 1855. Después de esto fue nombrado administrador de Correos por Manuel Payno, nuevo ministro de Hacienda, el 9 de enero de 1856, cargo que desempeñó hasta el primero de diciembre de 1857, día en que Comonfort tomó posesión de la Presidencia de la República con el carácter de presidente constitucional. Fue diputado por el Estado de México al Congreso Constituyente de 1856 y 1857, convocado por el presidente Alvarez en cumplimiento del artículo quinto del Plan de Ayutla, en el que fue distinguida su actuación, pero fue uno de los sesenta y siete legisladores que votaron contra la libertad de cultos, vencedores de los cuarenta y cuatro que lo hicieron en pro de ella, por lo que la constitución de 1857, prometida a la nación por el Plan de Ayutla, no dio al pueblo tan preciosa conquista.
Contrario al golpe de estado del presidente general Ignacio Comonfort contra la Constitución de 1857, dado el 17 de diciembre de ese año, don Guillermo Prieto siguió al presidente constitucionalista, licenciado don Benito Juárez, en su lucha por el restablecimiento de la traicionada Constitución, siendo nombrado ministro de Hacienda en enero de 1858 en Guanajuato, en donde el alto funcionario organizó su gobierno el día 19 de ese mes. Trasladado el gobierno a Guadalajara, a donde llegó el 14 de febrero, fue allá víctima de la rebelión traidora del teniente coronel Antonio Landa, efectuada el 13 de marzo. Fueron reducidos a prisión el presidente Juárez, sus ministros y demás funcionarios y empleados que se encontraban en el Palacio de Gobierno y amenazados de fusilamiento. El día siguiente estuvieron a punto de ser asesinados en masa por el piquete de soldados que los custodiaba, mandado por el teniente Filomeno Bravo, en obediencia de una orden superior; pero la majestuosa serenidad con que el presidente Juárez se irguió frente a la muerte  hizo titubear a los soldados y a su jefe. “El mismo Bravo contuvo entonces al soldado que iba a disparar su fusil y en ese momentos salió Prieto de la pieza derecha, dijo algunas cosas y los soldados salieron al corredor”. La noche del 15 el personal del gobierno fue conducido, ya en libertad, a la casa del vicecónsul francés para su propia seguridad.
De allí el ministro Prieto salió con el gobierno rumbo a Manzanillo el día 20. Ese mismo día fue atacado el personal del gobierno por el propio traidor Landa en Santa Ana Acatlán, y el 9 de abril llegó a Manzanillo, Colima, en donde se embarcó el 11 hacia el istmo de Panamá y después de cruzarlo continuó su viaje por La Habana y Nueva Orleans a Veracruz, que era su meta, a donde llegó el 4 de mayo. El 5 de agosto Prieto renunció al ministerio, pero siguió colaborando con el gobierno, por lo que estaba allí en marzo de 1859 cuando el retrógrado general Miguel Miramón  amagó la plaza con el propósito de exterminar al gobierno constitucionalista; pero el 21 se retiró sin hacer nada. En esos días Prieto publicó su bravo periódico Tío Candelas. Estuvo allí también en marzo de 1860 cuando Miramón volvió a atacar la plaza, a la que bombardeó de manera terrible sin lograr su objeto.
Triunfante ya la causa liberal en la batalla de Calpulalpan, Estado de México, el 22 de diciembre de 1860, e instalado en la capital de la República el gobierno el 11 de enero de 1861, en la reorganización que el presidente Juárez hizo de su gabinete el 21 de enero de 1861 nombró a don Guillermo Prieto ministro de Hacienda de nuevo. El 5 de febrero  de ese año decretó un nuevo reglamento para el cumplimiento de la ley del 22 de julio de 1859 sobre la nacionalización de los bienes del clero, con lo que contribuyó a la realización de la Reforma. Habiendo renunciado a su cartera el 5 de abril de ese año, fue nombrado administrador general de Correos.
Cuando se inicio la invasión francesa, Prieto publicó el periódico La chinaca en unión del licenciado Ignacio Ramírez y de otros escritores patriotas, que duró de abril de 1862 a mayo de 1863. Al evacuar el presidente Juárez con su gobierno la capital de la República el 31 de mayo de 1863, a causa del incontenible avance del ejército francés, y yendo a establecerse a la ciudad de San Luis Potosí, a donde llegó el 9 de junio, don Guillermo Prieto, que era diputado por Guanajuato, marchó con él. El Congreso se instaló en esa ciudad el 13 de ese mes y Prieto fue uno de sus diputados notables. Siguió al gobierno a Saltillo, Coahuila, hacia donde salió el 22 de diciembre al verse amenazado por el traidor Tomás Mejía, llegando el 9 de enero de 1864. De allí el Presidente partió a Monterrey el 10 de febrero a tratar de someter al orden al gobernador de Nuevo León, general Santiago Vidaurri, quien se encontraba en estado latente de rebelión; pero al llegar el 12, lo halló abiertamente rebelado, por lo que regresó a Saltillo, lugar que no tocó porque había sido abandonado por fuerzas del gobierno, por lo que se dirigió al estado de Durango y luego a la ciudad de Chihuahua, a donde llegó el 12 de octubre. Obligado  por el avance del general francés Brincourt, el presidente Juárez salió del 5 de agosto de 1865 hacia Paso del Norte, ahora Ciudad Juárez, a donde llegó el 14.
Al acercarse el término de su período presidencial, el licenciado Juárez consideró necesario prorrogarlo a causa de las trágicas condiciones en que se hallaba la nación por la nefaria invasión francesa, lo que hizo por un decreto del 8 de noviembre de 1865, por el cual hizo uso de las facultades omnímodas de que se hallaba investido por el Congreso de la Unión para dictar cuentas providencias juzgara convenientes para salvar la independencia y la integridad del territorio nacional.






Uno de los poco inconformes con tan patriótica medida fue don Guillermo Prieto, por lo que se separó del presidente Juárez. Empeñado Prieto en que ascendiera a la presidencia de la República el general Jesús González Ortega como presidente interino de la Suprema Corte de Justicia, trabajó con gran actividad para lograr tal objeto. Encontrándose en San Antonio, Texas, escribió con fecha 6 de mayo de 1866 una carta a un “Chiquitín muy querido” a la ciudad de México, en la que puso “de oro y azul”, como lo expresó el presidente Juárez, a él y al licenciado don Sebastián Lerdo de Tejada. Esta carta fue publicada por el periódico reaccionario de la ciudad de México El Pájaro Verde, que dirigía el imperialista licenciado Ignacio Aguilar y Morocho, según dijo el presidente Juárez en una carta fechada en Chihuahua el 17 de septiembre de ese año de 1866 y dirigida a su yerno don Pedro Santacilia, que se hallaba en Nueva York. (Archivos privados de don Benito Juárez y don Pedro Santacilia, México, 1928, pág. 180.) Esta carta fue, además, reproducida por orden del presidente Juárez, en el periódico oficial, órgano del gobierno, en el número 27, en el número del 22 de septiembre del citado año de 1866 e incluida por el imperialista historiador español Niceto de Zamacois, en la pág. 444 en el tomo XVIII, de su monumental historia de Méjico. Debe mencionarse otra carta, el 11 del propio mayo, a un señor Juan Mateo a la ciudad de México, ordenándole, según se entiende, de parte de González Ortega, que representara a éste en México. En esta carta dijo Prieto que ellos, los Orteguistas, tenían a sus órdenes una fuerza americana*[23] Debemos citar otra carta más dirigida al mismo “Chiquitín”, fechada también, San Antonio del 4 de junio, que publicó, como otras, El diario del Imperio.
Hallándose don Guillermo Prieto en Brownsville, Texas, a donde llegó a fines del mencionado año 1866, pensó publicar un periódico, según dice Malcolm D. McLean en su Vida y obra de Guillermo Prieto, pero pronto fue calumniado de que formaba parte de un grupo de individuos que había llegado allí con siete mil fusiles para orgnizar un cuerpo de filibusteros para que viniera a México a luchar contra los invasores franceses. Pero el historiador doctor  don Agustín Rivera afirma en sus Anales mexicanos. La Reforma y el Segundo Imperio que Prieto publico allí un periódico llamado La Bandera, en el que combatió al seudoimperio del intruso usurpador Maximiliano y defendió el “derecho” de González Ortega al sillón presidencial. Claro está que para hacer esta defensa tuvo que atacar al presidente Juárez. Prieto volvió a San Antonio, en donde permaneció hasta octubre de 1867.


Triunfante ya la patria en la lucha contra sus mortales enemigos nacionales y extranjeros y establecido ya el gobierno del presidente Juárez en la capital de la República, don Guillermo Prieto, diputado por San Luis Potosí, tuvo un día el audaz rasgo de presentársele al gran hombre, quien lo acogió con una nobleza muy difícil de comprender. El mismo Prieto relató este hecho en una carta que escribió al citado historiador Rivera fechada el 19 de octubre de 1891. He aquí la parte medular de la misiva: “Me separé de Juárez en noviembre de 1865 por su golpe de Estado… me situé en Brownsville; me tuvo después oculto en San Luis don Juan Bustamante; allí me eligieron diputado y con esa investidura fui a México. Me entré de rondón a la casa de Juárez y le dije: “Aquí estoy. Veamos qué haces conmigo”; me abrazó con ternura y jamás volvió a hablarme del pasado” (Dr. Agustín Rivera. Op.cit.) reanudada esa amistad, jamás volvió a eclipsarse hasta la muerte del gran reformador.
A partir de entonces Prieto siguió siendo diputado federal hasta el 20 de noviembre de 1876 en que cayó el presidente licenciado don Sebastián Lerdo de Tejada, derrocado por la rebelión de Tuxtepec del furibundo “antirreeleccionista” general Porfirio Díaz. Prieto siguió al licenciado don José María Iglesias en su célebre aventura presidencial, de quien fue ministro de Gobernación del 28 de octubre de 1876 al 17 de enero de 1877. Con él se embarcó en el puerto de Manzanillo, Colima hacia el puerto de Mazatlán; pero como encontraron a ese puerto pronunciado ya en pro de Díaz, continuaron el viaje hasta San Fernando, California, en donde estuvieron un mes, y luego a Nueva Orleans, de donde permanecieron del 7 de mayo al 27 de julio. Allí se separó don Guillermo Prieto del licenciado Iglesias para regresar a México, y llego a Piedras Negras, Coahuila, el 6 de agosto. Este viaje dio a Prieto la oportunidad de escribir una magnífica obra descriptiva en tres volúmenes que tituló Viaje a los Estados Unidos, la que firmó con el seudónimo de Fidel.
De nuevo en la redacción de El Siglo XIX, sostuvo durante un año una interesantísima columna que llamó “Los lunes de Fidel”. Elegido diputado por Puebla, regresó a la Cámara el 16 de septiembre de 1882 al 31 de mayo de 1884.a partir de entonces fue diputado por el Distrito Federal hasta que murió, el 2 de marzo de 1897. Fue diputado veinte veces, senador una y ministro de Hacienda cuatro.
Fue un poeta eminentemente popular que se adentró en el alma del pueblo. Para eso callejeaba sin cesar en los barrios miserables, no solo en la ciudad de México sino en donde quiera que fuera, aunque se tratara de “viajes de orden suprema”, como él llamó a los destierros que sufrió. En el concurso convocado en 1890 por el periódico La República en busca del poeta más popular de México, Prieto resultó vencedor a pesar de que compitió con don Juan de Dios Peza y don Salvador Díaz Mirón, pues mientras el primero obtuvo mil seiscientos votos y el segundo mil novecientos doce, él obtuvo tres mil setecientos cincuenta y dos.(Malcolm D. McLean, op. Cit.)
Falleció en Tacubaya, en su “Casa del Romancero” ubicada en la calle de Maguey, el 2 de marzo de 1897 y fue inhumado el día 4 en la Rotonda de los Hombres Ilustres después de habérsele rendido muy grandes y muy merecidos honores.







A continuación un trabajo de recopilación de este comentarista, con  la ayuda  de algunos alumnos del grupo SF03C, a los que conduje en el módulo de Periodismo y Literatura, en el Taller de Escritura, en la primavera del año de 2008, de la Carrera de Comunicación Social de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco: